En Juan Ignacio Martínez no hay pose. Es un tipo natural y espontáneo que se sienta al volante del coche y pasea con SUPER por Torrevieja. Callejeando por la costa, el técnico de Rabasa se explaya y se detiene a saludar hasta a los del ´top-manta´. Sin trampa ni cartón. Muy auténtico. Un hombre que no despuntó como futbolista, pero sí como técnico. Alguien que disfruta de sus raíces y que, ante todo, procesa la vida en clave de fútbol. Un torbellino de palabras, ideas y recuerdos. Dice que llegó a la elite profesional casi por casualidad y que por eso ahora disfruta del momento. Comercial en sus inicios, Juan Ignacio es ahora un míster de Primera, lo que no quita para que le siga ilusionando darle una sorpresita a su padre por su cumpleaños.
Los dos últimos entrenadores del Levante se enfrentaron hace años en un Altea-Torrevieja de Regional Preferente. Luis García Plaza le dijo entonces a su esposa que si en unos años veía que no conseguía ganarse la vida en los banquillos, se dejaría el fútbol. ¿Cuál fue su caso?
—Recuerdo aquel partido contra Luis. Mi caso es diferente. Yo no he tenido nunca vocación de llegar al fútbol profesional. Lo mío ha sido casual. Por eso ahora disfruto tanto del momento. Trabajaba y entrenaba a la vez al Mar Menor y a los niños en Torrevieja. Y de repente todo dio un vuelco cuando el Cartagena me llamó por primera vez para Segunda División B.
—Esas cosas marcan, ¿verdad?
—Sí, lo tengo muy presente. En la vida hay que ser muy agradecido con las personas. El otro día, sin ir más lejos, le dediqué una camiseta muy especial a un presidente que arriesgó mucho por mí: Francisco Villaescusa, del Mar Menor. Le dio un equipo de la Tercera murciana que en su grupo salía campeón todos los años a un entrenador como yo, que sólo tenía experiencia en Preferente con el Torrevieja, al que llegué casi que de rebote. Aquel fue un paso, salvando las distancias, como el que he dado ahora pasando del Cartagena al Levante. Villaescusa hizo una apuesta conmigo como la de Manolo Salvador.
—A Quico Catalán le dijeron sus allegados que se equivocó presentándolo como un «chico normal». Pero es que, aunque no fuese el adjetivo más correcto, tenía razón...
—¿Es que Luis García no era normal? (risas). No, en serio, tampoco es eso. A lo mejor quería decir natural. Pero el contexto de lo que dijo era el correcto. Lo entendí perfectamente.
—¿Cómo fue en su primera entrevista con el Levante?
—Natural, como soy. No sabía si se iba a tomar la decisión. Manolo Salvador me apretó la mano al despedirse y yo le dije: ´La decisión que tomes será la más acertada porque será tu decisión´. Me contestó que la decisión estaba tomada ya. Juan Ignacio no era un entrenador nuevo para él. Ya me conocía del ´barro´, de mi trayectoria en categorías inferiores. Me consta que recabó muchos informes, sobre todo de gente del Albacete.
—¿Cómo va a jugar el Levante?
—La filosofía de Juan Ignacio no se va a poder ver plasmada en el Levante en su totalidad porque estamos en Primera División y muchas veces no seremos tan dueños del balón. Con esto no quiero que se interprete que estoy reculando, en absoluto. Al revés, desde el primer momento he tenido muy claro que hay que adaptarse a las circunstancias. Así lo ha dicho también el director deportivo. La suerte es que tengo el convencimiento de que todas las adversidades a las que nos enfrentemos esta temporada se verán superadas por el sólido grado de compromiso de los futbolistas.
—Balón, balón y balón. ¿No? En Getafe, en el minuto 90, Ballesteros y Nano lo sacaban jugado. Y cuando hizo falta Iborra le metió patadón.
—Esa décima de segundo de quitarte la pelota de encima o de quedártela es la que te va a diferenciar como equipo. Lo hemos estado trabajando todo el verano. Somos un club que hemos estado en agosto incorporando a futbolistas y no es que tengamos ahora que hacer una especie de minipretemporada, pero sí hay una serie de jugadores que no estuvieron en La Manga. He mantenido reuniones con ellos para que vean la idea de que todo va a ser a través del balón. Después, claro, también juegan los rivales. El otro día en el Coliseum, sin ir más lejos, la posesión suya fue mayor que la nuestra.
—Su carta de presentación como entrenador de Primera fue sacrificar a un mediocentro cuando iba por detrás en el marcador. Un mensaje.
—Al final terminamos el partido con cinco jugadores por delante del centro del campo. El fútbol lo concibo con cinco y cinco. Si vas perdiendo lo que quieres es sumar un punto. ¿De qué me sirven tantos jugadores por detrás del balón? Dentro de no perder racionalmente terreno de juego hay que acoplar a los jugadores y complicarle la vida al rival. En definitiva, se trata de meter goles.
—¿Cree que tiene suficientes goles esta plantilla o le faltan cinco o seis?
—A lo mejor en la suma de los goles por características de los futbolistas, como usted plantea, nos hemos quedado algo cortos. Ojalá no. Además de los delanteros, hay gente como Barkero, Rubén, Juanlu o Valdo que te garantizan una buena suma. Además, tenemos buenos ejecutadores a balón parado. Aquí vamos todos a una, eso está claro.
—Ni mejores ni peores, pero cuentan los jugadores que los entrenamientos han cambiado mucho.
—Son un cambio radical. Trabajamos la periodización táctica.
—¿Como Mourinho?
—No, la periodización táctica es un sistema portugués. Lo empezaron a hacer entrenadores como Gameiro o Frade. Lo que ocurre es que es Mourinho quien los potencia. Los técnicos gallegos son de los mejores que hay en España por la cercanía que tienen de Oporto y Lisboa. Holanda es la número uno a nivel técnico, pero los portugueses lo son a nivel táctico. La contradicción es que tácticamente luego los jugadores lusos suelen ser bastante anárquicos.
—Se le ve muy reciclado.
—Es necesario. El fútbol empezó siendo analítico, con el balón por un lado y los palizones físicos por el otro. De ahí se pasó al trabajo en espacios reducidos, al tres contra tres. Fue lo que puso Johan Cruyff de moda con los rondos, que los hacía para los cambios de posición. Más tarde se pasó al globalizado, donde el físico, la táctica y la técnica va todo junto. Hoy en día lo analítico no está reñido con lo globalizado. Todo vale. En este momento lo que marca el fútbol son las transiciones. De la defensa se pasa por un repliegue rápido y al ataque. ¿Quien domina a la perfección eso? Mourinho. Lo he hablado con los jugadores y el día del 8-0 de Copa es el mejor ejemplo.
—¿Cómo lleva el vestuario el nueva método de entrenamientos?
—Ha habido un conflicto de información. El Levante tenía otro sistema de entrenamiento. Pero a través de muchas charlas, de mucho hablar con los jugadores, lo hemos superado.
—¿Le pusieron cara de póker?
—Al contrario, los jugadores saben que todo se hace con un sentido. El Levante no puede cambiar la idea en cuatro días, pero el equipo, por ejemplo, ya ha asimilado muy rápido seis o siete variantes de salida de balón.
—Luis García incidía mucho en el aspecto psicológico con el grupo. ¿Cómo lo hace Juan Ignacio?
—Más a nivel individual. De mi experiencia laboral en un departamento de recursos humanos intento adaptar la información que tengo. Lo que voy a decir parece una bobada, pero no: todo es venta. Usted, como periodista, se vende a través de tu bolígrafo. ¿El mayor vendedor del mundo quién es? El abogado, que tiene que convencer al juez. A nivel de fútbol, la primera venta de un cuerpo técnico ante un jugador es su conocimiento futbolístico. Este grupo lleva tres años con una persona y lo entiendo. Por eso, hay que razonar y explicar el porqué de los cambios.
—¿Por qué a nivel individual?
—Los jugadores son personas ante todo. No es que pretenda ser un confidente de nadie, pero si alguien tiene algún problema quiero que sepa que puede confiar en mí para que su rendimiento aumente. Para rendir en la vida laboral es mejor tener la menta limpia.
—En una plantilla que se ha exprimido por encima del cien por cien durante las últimas temporadas, ¿teme que haya un efecto ´rebote´?
—No. Creo que nos hemos ganado el respeto del vestuario.
—¿Utiliza vídeos para motivar?
—El otro día los jugadores vieron uno que les preparamos con el esfuerzo que habían hecho durante el verano. Era una pieza corta, de apenas seis minutos. Lo vimos en el hotel, donde di el once titular de inicio para que la gente fuera más tranquila al campo.
—¿Ha notado la presión extra de ser entrenador de Primera División?
—La presión me la meto yo mismo. Mi defecto es que quiero que todo sea tan perfecto que rayo la imperfección. Soy un esclavo conmigo mismo, a veces demasiado perfeccionista. Esa presión, no se lo había contado nunca a nadie, me superó como futbolista. No llegué más alto porque no superé ese obstáculo. Muchas veces hay futbolistas que no llegan porque tienen miedo al fallo.
—¿Tiene pasillos de seguridad para desconectar del fútbol?
—Los tengo, gracias a mi mujer y mis hijas, que han entendido mi profesión y respetan mis tiempos muertos. Siempre me planifico. Es otro lema del mundo de la venta comercial: una persona organizada vale por dos. Es complicado, pero muchas veces el jefe eres tú mismo. Quico Catalán no es mi jefe. Yo soy mi jefe. Soy consciente de que tengo por encima a personas a las que tengo que dar un rendimiento, pero si soy responsable conmigo mismo la gente va a estar satisfecha. En tu negocio estarás contento siempre y cuando des un rendimiento bajo unas premisas.
—¿Es verdad que intercala a propósito en las sesiones de vídeo con el grupo imágenes que no tienen nada que ver con el resto?
—Eso es introducción, para ganar la atención de lo que vas a mostrar. Ponemos a lo mejor un video donde un surfista se resbala de la tabla o un jugador de pádel se choca contra el cristal. Cosas guasonas para reirse. Se sabe que la atención de las personas puede durar cuatro o cinco minutos. No estoy inventando la pólvora.
—¿Y de dónde se saca eso?
—Lo he cogido de mi tema laboral anterior, al que le he sacado mucho rendimiento. Tenía dos técnicas de venta muy agresivas, las utilizo y sigo aprendiendo. Le explico a los jugadores que soy un copión, un autodidacta que no ha llegado al fútbol de elite como jugador.
—Se nota que su anterior etapa profesional le ha marcado mucho. La ha citado ya varias veces.
—Trato de adaptar al fútbol y a la gestión del grupo técnicas de venta comercial. Hay tres conceptos: rotura de hielo, presentación y cierre. Hay que ser muy bueno en todo. Porque si eres bueno presentándote pero luego no cierras no vale para nada.
—De su época como jugador, ¿qué ha aprendido o, al menos, que es lo que ha trasladado al banquillo?
—Precisamente intento no hacer lo que no me gustaba que me hicieran a mí. Por ejemplo, repartir un jueves un peto a un futbolista que va a jugar el domingo. ¿Y si el sábado se constipa? ¿Con que motivación sale otro? La alineación no la he dicho nunca hasta una hora antes. Sin embargo, en mi debut como entrenador de Primera División rompí mi protocolo de siempre y la dije en el hotel.
—¿Por qué lo hizo?
—El que deja de mejorar deja de ser bueno. No hay problema en cambiar si a los futbolistas les sienta mejor. Durante la pretemporada vi que el Levante tenía unos hábitos instaurados en el trato con los fisioterapeutas y los médicos. En Parma y Bolton noté que hasta que no les decía el equipo algunos jugadores no se daban masajes o todavía no se vendaban. Luego iban un poco asfixiados.
—¿Siempre tuvo tan a flor de piel su espíritu de vendedor?
—Mis padres han tenido en Rabasa un bar y no fui vendedor en mi vida. Mi hermano sí vende libros de colegio y me dijo que me fuera con él. Fue mi primera experiencia. Ganaba ciento y pico mil pesetas a principios de los años 90, que entonces ya era buen dinero.
RAFA MARIN SUPERDEPORTES.com
RECOPLILACION FUTBOL FORMATIVO
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