El león que balaba
El Dr. Fredy Kofman cuenta en sus conferencias una antigua leyenda en la que un cachorro de león, por motivos que no vienen al caso, se crió entre un rebaño de ovejas donde fue aceptado como uno más. Le querían mucho, le cuidaban, se preocupaban por el, y así fue creciendo, hasta que un día, una manada de leones atacó el rebaño y encontró al leoncito.
Uno de los leones, asombrado y ofendido ante el descubrimiento, decidió adoptarle para hacerse cargo de su educación y ayudarle a descubrir su auténtico Ser. Le enseñó a cazar y a comer carne... fue duro al principio pero, poco a poco, el leoncito fue sintiéndose cada vez mejor. Su tutor también trabajó con él para que rugiera en lugar de emitir ese absurdo y estúpido ruidito impropio de un León (grrrbeee...). Finalmente, consiguió que lanzara un sonoro rugido que sorprendió a toda la manada, incluso a sí mismo. Por fin había descubierto su auténtico Ser. Era un León.
El León y la Oveja de esta fábula reflejan dos formas diferentes de ser en la vida... y en el fútbol. La oveja destaca por ser un ser pusilánime y abandonado a su suerte. Ella está ahí, pastando, preparándose para servir de alimento a los leones. Las circunstancias son así y, ante eso, solamente cabe la resignación. Quizá haya también sitio para un poquito de resentimiento y de queja permanente. La excusa, así como la falta de culpa y de responsabilidad, son también rasgos distintivos de la Oveja. Soy una víctima.
Lo bueno de no tener la culpa y de no ser responsable, es que uno es inocente pero, el precio de la inocencia es la impotencia. No puedo hacer nada. Beee, beee.., soy una oveja.
El León (todos lo somos alguna vez) acepta la realidad como es, pero decide y elige qué hacer para hacer frente a las circunstancias que le toca vivir en cada momento. No se resigna, actúa. Elegir le genera ansiedad, pero la controla. Tiene miedo a equivocarse, pero lo supera. Puede fracasar, porque hay elementos incontrolables que no dependen de él para conseguir el éxito, pero le reconforta el orgullo de ser auténtico y fiel a sí mismo. El sonoro rugido del leoncito de la leyenda significa que, en ese momento, deja de ser una Oveja y se hace responsable de su vida y de sus circunstancias.
El Club-oveja -no solo los que juegan-, también podría actuar y re-descubrir su auténtica y genuina naturaleza; la de un León indomable. Recuperar el carácter pionero y audaz que le llevó a conseguir grandes gestas. Reconocer que lo que antes valía, ya no vale. Buscar nuevos modelos y fórmulas de funcionamiento. Probar nuevas metodologías y sistemas de entrenamiento. Incorporar novedades. Adaptar y actualizar filosofías y señas de identidad. Moverse. Ilusionar. Innovar, porque quien rechaza la innovación, está eliminando todas las posibilidades de progreso y mejora.
En una época en la que los cambios se suceden, la capacidad de adaptación se convierte en una competencia básica que requiere flexibilidad, valentía, confianza y seguridad, así como una disposición de apertura al cambio que está íntimamente relacionada con la innovación. Ser una Oveja no es una opción.
Cada uno de nosotros lleva un León dentro... pero es más cómodo ser Oveja. Así, los aficionados-oveja podemos estar lamentándonos continuamente por la situación del Club, buscando excusas....que hay muchos extranjeros en el fútbol, que los directivos lo hacen todo mal, que hay pocos niños, que solamente jugamos con vascos o jugadores de la cantera... (ponga Ud. aquí la que más le guste). Proclamamos a voz en grito nuestra inocencia y, por lo tanto, nuestra impotencia. No somos culpables. Las circunstancias son así y no podemos hacer nada. “Es que, es que...beee, beee”. Ovejas. Lo único que hacemos es esperar a que venga el León y nos devore.
Quizá ahora tengamos una nueva oportunidad. Debemos evitar la inercia que, por temor a las consecuencias, hace que interpretemos erróneamente los signos que presagian los cambios..., aún cuando éstos resulten ya evidentes. Si no tomamos las decisiones a tiempo, el tiempo las tomará por nosotros. Es una excelente oportunidad para quienes no tienen miedo a reconocer lo que no funciona, ni a enfrentarse con la incertidumbre que provoca lo nuevo o lo desconocido. Para los que no se limitan a poner excusas y justificaciones. Es tiempo de valientes. Es tiempo de innovadores. Es tiempo de Leones.
De momento, sería un buen comienzo que, el próximo domingo, cuando los que salten al campo se miren en el espejo al final del partido, independientemente del resultado, pudieran decir al tipo que ven enfrente: “Estoy muy orgulloso de cómo te has comportado hoy. Has sido un auténtico León”. Posiblemente con eso, sería más que suficiente.
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