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viernes, 2 de julio de 2010

FORLAN: EL ULTIMO SAMURAI URUGUAYO

Hoy era un día feliz para Kan, hoy cumplía 12 años y su padre había prometido concederle el mayor de los tesoros: una espada de Samurai.

Naturalmente no sería una espada de doble diamante como la de su padre, sería una sencilla espada katana. Lo demás habría de ganárselo por sí mismo. Era un inmenso honor el que le hacía su padre. A partir de ahora dejaba de ser un niño para convertiste en todo un aprendiz de Samurai. Un brillante futuro se presentaba por delante si estaba dispuesto a aprender y a trabajar. Y Kan lo estaba desde lo más profundo de su corazón.

Su padre Kazo estaba frente a él, solemne e imponente, como era natural en su persona. El anciano Samurai aparentaba mucha menos edad de la que realmente tenía, sólo su larga cabellera blanca y unos ojos llenos de sabiduría revelaban su verdadera edad. Su armadura de Samurai reflejaba los dorados rayos del sol como si fuera de oro, mientras que los dobles diamantes engastados en la empuñadura de su propia espada katana formaban un doble arco iris enlazado en su base. Kazo había luchado mil batallas y formado a cientos de Samuráis y, por fin, hoy iba a instruir a su propio hijo. Un acontecimiento que llevaba esperando desde hacía doce años. En sus manos sostenía la futura katana de su hijo, un arma poderosa que debía usarse con sabiduría. Kan debía entender que lo más importante de un Samurai no era su arma, sino su sabiduría y su honor.

La cara de Kan resplandeciente de honor y gozo al recibir su espada, llenó el corazón de su padre de un orgullo como nunca antes había sentido. Ahora ya era oficial. El joven aprendiz había superado todas las sutiles trampas que se le habían tendido y por sus propios méritos se había convertido en uno más del clan.

Esa misma noche, después de las celebraciones y las risas, padre e hijo se sentaron juntos alrededor de la hoguera. La noche era cálida y en el cielo lucían las estrellas como luciérnagas en un estanque. La luna llena brillaba con fuerza, como si quisiera arropar al joven Samurai con sus rayos de luz.

- Hijo mío - La voz de Kazo era grave, relajante y penetrante como una caricia - Hoy has dado un paso muy importante en tu vida. Has dejado de ser una persona normal, has dejado el bosque para introducirte en el camino de la vida por el sendero del Samurai. Has superado la trampa invisible que tienden los fantasmas del miedo y del fracaso. Nunca luches contra los fantasmas del miedo, ellos harán que todos los problemas parezcan agolparse para vencerte y doblegarte. Cuando estos fantasmas te ataquen, no te defiendas, sigue adelante, enfrentándote a los problemas uno a uno. Ese es el único secreto del éxito hijo mío.

- Sí, padre, estas semanas las dudas acosaban mi mente. Kan miraba a la luna en busca de fuerzas para expresar lo que había sentido.- No sabía si sería capaz de llegar al final. Temía entrar en la senda del Samurai por miedo al fracaso, por miedo a decepcionarte, por miedo a que se rieran de mí los demás, mientras no dominara todas las técnicas como lo hace un Samurai de verdad. Era un dolor intenso, - dijo mientras su mano se posaba en su abdomen, - como si me clavaran afiladas agujas en el estómago. Pero me di cuenta que, si no empezaba, habría fracasado, aún antes de intentarlo. - Sus ojos se clavaron en los de su padre - No se si llegaré algún día a ser un Samurai tan bueno y poderoso como tú, padre, pero ten por seguro que lo intentaré hasta el último aliento de mi alma. Nunca me rendiré al camino, siempre seguiré adelante.

Kazo no podría estar más orgulloso. Su hijo poseía una fuerza que le conduciría allá donde él quisiera. Porque nadie mejor que el viejo Samurai sabía que el mayor secreto para conseguir en la vida lo que se desea es no rendirse jamás. A su tierna edad ya conocía ese secreto. Sin duda llegaría muy lejos, mucho más lejos que él, su padre, el Samurai de Samuráis.

- Hijo, ahora perteneces a los Samuráis y por lo tanto has de comportarte como tal - El viejo Samurai cogió un grueso leño y se lo pasó a su hijo. - Parte este leño, hijo mío. Sé que puedes hacerlo.

- Pero, padre, este leño es muy grueso, - dijo el joven abatido - y yo sólo tengo doce años, aún no soy un hombre. No tengo fuerza suficiente.

- Claro que tienes la fuerza, hijo, pero tu fuerza no está en tus músculos, - sentenció a la vez que rodeaba con su grande y cálida mano el estrecho brazo de su hijo, - sino en tu cabeza. Es en tu inteligencia y en tu fuerza de voluntad donde posees la energía suficiente para realizar todo aquello que desees. Si piensas que no eres capaz de hacerlo... seguramente nunca serás capaz. Sin embargo, si estás convencido de que es posible, y desde el fondo de tu corazón brilla la llama de la esperanza y la fe en ti mismo, podrás hacer lo que desees. Sólo habrás de buscar el medio.

- Pero padre... - Kan quería creer a su padre, era un Samurai y los Samuráis nunca mienten. Entonces debía existir una forma... ¿pero cuál? - ¡Ya sé! Ahora yo también soy un Samurai, ¡puedo hacerlo!

Y desenfundando por primera vez su espada katana lanzó con todas sus fuerzas un terrible golpe contra el tronco... consiguiendo que la katana se incrustara hondamente dentro del tronco. Kan intentó sacarla de un tirón, pero sus esfuerzos fueron inútiles. Estaba demasiado fuertemente enganchada. Se estaba poniendo muy nervioso, y si no fuera porque la cálida mano de su padre, como tantas veces había hecho de pequeño, le calmó, casi se habría echado a llorar.

- Tu intento ha sido digno de elogio Kan, pero has de aprender antes de hacer. - El viejo Samurai tomó entre sus manos la espada de su hijo y con un giro rápido de muñeca extrajo la espada del tronco. - Para conseguir lo que deseas, has de fijarte pequeños objetivos, fáciles de cumplir con tus capacidades,. Dicho esto devolvió la espada a su hijo. - Primero intenta crear una zanja en el tronco, no de un golpe perpendicular, si no de dos inclinados en ángulo que te ayuden a debilitar la rama.

Kan lanzó un tajo inclinado y cortante que hizo saltar unas astillas del tronco. A continuación lanzó otro en dirección opuesta que hizo que una parte del tronco se dispersara por el suelo. Animado repitió la operación y unos instantes después el grueso tronco reposaba en el suelo, partido en dos pedazos entre un montón de astillas.

- ¡Tienes razón, padre! El tronco entero era demasiado para mí, pero poco a poco he logrado debilitarlo y al final yo he vencido. Si hubiera pensado que no podía, nunca lo hubiera intentado. Pero decidí que era capaz, que debía de existir una manera de cortarlo y ¡la encontré!

- Siempre existe una manera... - la voz del viejo Samurai penetró en los oídos de su hijo grabando estas palabras a fuego ,- siempre existe una manera de lograr lo que deseamos.

- Y para ello ¿debemos hacer lo que sea, padre? - preguntó inocentemente Kan.

Kazo se alarmó, no quería que su hijo le interpretara mal, siempre había que regirse por el honor y la generosidad, pero cuando vio la inocente mirada de su hijo, la calma se apoderó otra vez de su corazón.

- Hijo, puedes conseguir todo lo que desees en la vida, sólo con que ayudes a otras personas a conseguir lo que ellas desean.

- No entiendo padre.
- Tu sabes que el granjero siempre recoge más de lo que siembra ¿No es así? - Kazo sabía que su hijo había ayudado a sembrar a sus vecinos y se había quedado maravillado al ver como crecían las plantas día a día y como de un puñado se semillas surgían, con el tiempo, cientos de sabrosos frutos - Pues igual que el granjero siempre recoge más de lo que siembra, tu debes saber que no estas solo y has de ayudar todo lo que puedas a tu equipo. Si lo haces así, después recogerás la cosecha más fructífera que nunca hayas soñado.

Kan quedó pensativo, todavía era muy joven para entender todas las palabras de su padre, pero él sabía que su padre siempre había sido generoso y gracias a ello había llegado a ser un Samurai de Samuráis, por eso decidió firmemente que él haría lo mismo.

- Padre, tengo una duda que me atormenta,- se sinceró Kan ,- antes no te la quise decir porque hoy es un día de dicha. Pero no concuerda con lo que me acabas de decir.

- ¿Sí, hijo?

- Ayer conté a mis amigos del pueblo que me iba a convertir en Samurai, que aprendería los secretos de nuestro arte y que me convertiría en el tipo de guerrero más valeroso que existe - los ojos de Kan se clavaron en el crujiente fuego - y los otros compañeros se rieron de mí, me dijeron que no tenía fuerzas, que todo eran mentiras y que tuviera cuidado por que lo más seguro es que me dieran una paliza los verdaderos Samuráis por mentiroso y que luego me echarían a la hoguera. ¿He de ser generoso también con esos chicos, padre?

- Hijo... - Una sonrisa de comprensión surcaba los labios del viejo Samurai, a él le había pasado lo mismo en su juventud y sabía que las mismas personas que hoy criticaban y ridiculizaban a su hijo, mañana serían sus más fervientes admiradores por su valentía y coraje – Siempre hay una forma muy fácil de evitar las críticas...

-¿Cuál es padre? - Preguntó entusiasmado Kan

- Simplemente no seas nada y no hagas nada, acepta el trabajo que otros no quieren y mata tu ambición. Nadie te criticará.

- ¡Pero padre! Eso no es lo que yo quiero. Yo quiero ser fuerte y valeroso como tú, tengo aspiraciones y sueños que quiero cumplir en la vida. Y sólo tengo esta vida para hacer esos sueños realidad ¿Cómo me voy a contentar con eso?

- Entonces Kan, ten mucho cuidado con los ladrones de sueños - dijo Kazo misteriosamente

- ¿Los ladrones de sueños? - El joven Samurai miró temeroso a su alrededor - ¿Qué son? ¿demonios de la noche? ¿duendes malignos? ¿seres tenebrosos?

- No hijo, son tus amigos y personas cercanas a ti - Los ojos de su hijo lo miraban con una expresión decepcionada, como si se le acabara de caer el mundo encima - No te preocupes, sólo son amigos tuyos mal informados que quieren protegerte, quieren que no sufras, ellos no se atreven por temor al fracaso, por eso intentarán detenerte en todos los proyectos que hagas, para evitar que fracases y te hagas daño.

- Pero entonces son como los fantasmas del miedo y del fracaso, quieren mi bien y sin embargo me infringen el mayor daño que puede existir: robarme mis sueños, mis ambiciones y por tanto las más poderosas armas que tengo para alcanzar lo que yo quiero. Yo sé que si nunca lo intento... nunca lo conseguiré. Es cierto que si lo intento puedo fracasar, sin embargo ¡también puedo tener éxito y conseguir lo que yo quiero!

- Eso es, hijo, y además, sin quererlo, acabas de descubrir tus tres armas más poderosas.

- ¿Cuáles? ¡dímelo! - su ilusión ante la perspectiva de aprender era enorme.

- La primera el Entusiasmo. Si crees en lo que haces y de verdad te gusta, podrás conseguirlo todo, pero debes creerlo con toda la energía de tu ser.

Kan asintió con la cabeza, temeroso de interrumpir a su padre.

- La segunda ¡El Coraje! Has de aprender y trabajar, aprender y trabajar y después... enseñar, aprender y trabajar. Sólo con el esfuerzo conseguirás tus objetivos. Si pretendes aprovecharte de la gente, sólo encontrarás el fracaso. Sin embargo, si trabajas con honor, en equipo y siempre intentas superarte... no habrá nada que pueda pararte.

Kan posó la mano en su corazón y se prometió a sí mismo interiormente que siempre trabajaría con honor y que nadie le detendría.

- Y tercero el Tesón - los ojos de Kan preguntaban a su padre que era el tesón, ¿acaso no era lo mismo que el coraje? – El Tesón hijo mío, es la capacidad de aguantar en los tiempos duros y seguir trabajando para que vengan los tiempos buenos, el tesón es el Arte de Continuar Siempre! Tú ahora acabas de empezar y mañana empezarás a practicar con los Samuráis. Al principio, después de cada entrenamiento, te dolerán los músculos y estarás cansado, tendrás ganas de abandonarlo todo porque pensarás que esto es demasiado duro para ti. Pero si tienes tesón y continúas aprendiendo y practicando, poco a poco tu cuerpo se irá adaptando y desarrollando, así como tu mente. Y verás cómo cada vez las cosas te resultarán más fáciles y obtendrás más resultados y más fácilmente. Los comienzos son siempre duros hijo, y sólo si tienes tesón tendrás el éxito asegurado.

Kazo vió como su joven hijo asentía medio dormido. Ya era tarde y hoy había aprendido más que en toda su vida. El viejo Samurai cogió en sus brazos a su joven hijo y ahora aprendiz de su arte, levantándolo, como si de una pluma se tratara, a pesar de su avanzada edad. Su hijo le susurró al oído "- ¡Gracias papá!" antes de quedarse dormido. El Samurai de Samuráis se preguntó si realmente su hijo seguiría al pie de la letra todas las lecciones que hoy había aprendido. Estaba seguro de que llegaría aún más allá de lo que él, Samurai de Samuráis, había logrado. Y apretándolo contra su pecho sintió como le trasmitía esta fe en sí mismo, base de todo coraje.

















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